El Poder de la palabra | Por Lourdes Justo Adán

El Poder de la palabra | Por Lourdes Justo Adán

Las palabras son herramientas que, utilizadas adecuadamente, tienen el poder de construir o destruir, de herir o sanar, de inspirar o desalentar… 

A continuación, te invito a descubrir algo que ilustra muy bien cómo las palabras pueden virar el rumbo de una vida. Prepárate para sumergirte en un fascinante episodio que leí hace mucho tiempo. En aquel entonces, no me percaté de su relevancia. Recientemente, lo volví a leer y me conmovió de una manera especial. Fue así cómo decidí investigar si era real o no. Tras revisar diversas fuentes, verifiqué que es ampliamente conocido y señalado en numerosas referencias. Es el siguiente:

Cuando el inventor, científico y empresario estadounidense Thomas Alva Edison (1847-1931) tenía ocho años, su maestro le dio una nota sellada para que la entregara en casa. Su madre, Nancy Elliott, una mujer inteligente, transmitió a Thomas el mensaje: “Su hijo es un genio. Esta escuela es muy pequeña para él y no tenemos buenos maestros para enseñarle. Por favor, enséñele usted en casa”. 

Probablemente, aquellas palabras infundieron en el pequeño Edison el arrojo suficiente para concebir los más de mil inventos que patentó de adulto. Esto no fue casualidad, fue el fruto del coraje y la dedicación de su principal educadora a partir de entonces: su madre.

Al cabo de muchos años, Edison encontró el papel y leyó su verdadero contenido: “Su hijo está mentalmente enfermo y no podemos permitir que venga más a la escuela” O sea, en realidad, era una carta de expulsión, no un reconocimiento a su talento, como su madre le hizo creer. 

Eran palabras demoledoras, sí, pero a la sazón, él ya se había convertido en un inventor reconocido internacionalmente. Posteriormente, escribió en su diario: “Thomas Alva Edison fue un niño mentalmente enfermo, pero gracias a una madre heroica se convirtió en el genio del siglo”. 

Aunque la anécdota es inspiradora, no descarto que algunos detalles hayan sido maquillados, restándole cierta precisión. Ahora bien, su esencia -la confianza inquebrantable de una madre en su hijo- fue real. No le importó que la escuela lo considerara un pésimo estudiante, ella creyó en él. Sus palabras redefinieron al futuro prodigio y lo encaminaron hacia el éxito.

Leyenda o no, este relato muestra cómo la fe de una persona, manifestada a través de los términos adecuados, puede generar una enorme repercusión en otra. En este caso, influyeron en cómo él se veía a sí mismo y, por proyección, determinaron su actitud hacia la vida. Es un ejemplo claro del Efecto Pigmalión: Nancy, en su brillantez, siempre trató a Edison como alguien valioso y diseñó para él un ambiente en el que pudiese desarrollar su máximo potencial.

Pero ¿quién fue Pigmalión? Explicado grosso modo, él fue un rey mitológico que esculpió en marfil una bellísima estatua de mujer. Sentía un amor tan profundo y una convicción tan fuerte de que la estatua podía cobrar vida, que su deseo se hizo realidad. Hoy en día, este nombre se emplea en psicología y pedagogía para mostrar cómo las expectativas que una persona alberga sobre otra repercuten directamente en el rendimiento de esta última. Este resultado puede ser positivo, si suscita un aumento de la autoestima del sujeto y como consecuencia, de su productividad, o negativo, si provoca que disminuya y actúe con desmotivación.

Con tres décadas en la docencia, aconsejo tener presente el Efecto Pigmalión, fenómeno estrechamente relacionado con la profecía autocumplida. Debemos manifestar amplias esperanzas sobre el desempeño del discente para que se comporte de acuerdo a ellas y trate de superar sus propios límites, de lo contrario, flaqueará y no tratará de explotar su máximo potencial. No obstante, debe usarse de manera sensata Las expectativas deben ser realistas e ir acompañadas de orientación y seguimiento adecuado.

Seamos conscientes del impacto significativo de nuestras palabras. Cada niño/a es único, con necesidades específicas. Por tanto, en lugar de ofrecer lo mismo a todos/as, debemos esforzarnos por proporcionar oportunidades justas, planteadas para satisfacer sus necesidades particulares, y compensar sus posibles carencias. Tenemos ese superpoder. Debemos usarlo sabiamente. Un simple elogio eleva la autoestima, mientras que una crítica destructiva conduce a lo contrario. Por este motivo, es crucial elegir sabiamente aquello que decimos y usarlo de manera responsable.

Pues bien, al concluir este viaje a través del influjo transformador de las palabras, es importante llevar a cabo una introspección sobre la energía del lenguaje ¿Estás empleándola para construir? ¿Para inspirar? ¿Cómo te hablas a ti mismo? ¿Te estás alentando o te estás limitando con temores e incertidumbres? Recuerda: en ocasiones, todo lo que necesitamos es que alguien apueste por nosotros. Ese alguien debemos ser nosotros mismos en primera instancia. Así que, selecciona con cuidado las palabras que te trasmites. Elige aquellas que te impulsen y te empoderen. En tus manos está… O mejor dicho, en tu voz, y sobre todo, en tu corazón.

Lourdes Justo Adán

Especialista en Educación Infantil, en Educación Primaria y en Pedagogía Terapéutica. 

Licenciada en Filosofía y Ciencias de la Educación.

Orientadora Escolar.

Docente.

Escritora. 

Autora de “Algo muy valioso” y “El collar de Borlita”.

Columnista. 

Coach de víctimas de maltrato psicológico.

Bloguera: https://lourdesjustoadan.blogspot.com/

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