Dejó todo por los lápices: la increíble historia del ilustrador que emociona al mundo con sus dibujos infantiles

Quiel Ramos
Quiel Ramos

En algún rincón de Toledo, entre pinceles, libros infantiles y dos perros que a veces interrumpen el silencio con alguna carrera repentina, Quiel Ramos da vida a criaturas mágicas, escenarios tiernos y personajes que hablan directamente al corazón. Pero su historia, como todas las verdaderamente interesantes, no comenzó ahí. Comenzó hace más de medio siglo en Barcelona, en 1971, cuando el pequeño Ezequiel —porque sí, Quiel es el nombre artístico de Ezequiel Ramos— encontró en el dibujo una forma de jugar distinta: más callada, más profunda, más suya.

Nacido en el seno de una familia andaluza que emigró a Cataluña, Quiel pasó su infancia rodeado de lápices y papel. Mientras otros niños jugaban al fútbol o corrían por los parques, él se sentaba a copiar los dibujos que veía en los libros o en la televisión. No era una distracción: era un destino en gestación.

Su talento era evidente desde la escuela, pero la vida, como tantas veces sucede, lo llevó por caminos paralelos antes de permitirle entregarse por completo a su arte. Estudió Educación Infantil, se formó como profesor de dibujo y pintura, y acabó licenciándose en Bellas Artes. Recorrió Barcelona, Huelva, Sevilla y Aranjuez, mientras sus manos no dejaban de crear, modelar, tallar, escribir. Nunca dejó de ser aquel niño que quería hacer cosas hermosas con sus manos.

El ilustrador de lo invisible

Fue en 2010 cuando todo cambió. La escritora de literatura infantil Eva Torres buscaba ilustrador para su cuento Arturo y las manzanas y encontró mucho más: un compañero creativo y de vida. Juntos, publicaron el libro en 2015. Desde entonces, Quiel no ha parado de ilustrar —lleva más de 35 libros publicados—, y lo que empezó como una colaboración puntual se convirtió en una historia de complicidad artística que continúa hoy, llena de proyectos y sueños compartidos.

Quiel Ramos es un artista multidisciplinar. Ilustra, sí. Pero también pinta, talla, esculpe, enseña, imagina. A veces, incluso escribe. Lo hace todo con esa mirada que no ha perdido desde niño, la que le permite ver el mundo como si fuera nuevo cada día. Esa inocencia, lejos de ingenua, es la fuerza que da vida a sus personajes. Porque sus ilustraciones no son solo bellas: son honestas, cálidas, profundamente humanas.

“Lo que me interesa es conectar con la esencia de las cosas”, dice. Y se nota. En cada página que ilustra, en cada monstruo entrañable, en cada paisaje lleno de colores que invitan a soñar, hay una ternura que trasciende lo visual. Sus dibujos tienen algo de memoria emocional, de nostalgia feliz, de abrazo.

Más allá del papel

Aunque el libro infantil ha sido su terreno más fértil, Quiel ha llevado su arte más allá del papel. Expone en galerías, traslada sus ilustraciones a formatos diversos y sigue explorando nuevas formas de expresión. Trabaja con editoriales de España, Londres, Beirut y Nueva York. Entre sus títulos más recientes destacan Nora, la luciérnaga (2024), Tutulia y el monstruo tras la puerta (2024), o ¡Quiero pescado! (previsto para 2025). Además, ha comenzado a desarrollar la colección Lulo, con títulos como El monstruo de los eructos o El concurso de los ruidos, que hacen reír y pensar a partes iguales.

Pero, más allá de los logros y los libros, lo que define a Quiel Ramos es su forma de estar en el mundo: como un niño curioso, como un artista generoso. Es alguien que ha hecho de la ternura una estética y del arte, un modo de vida. Y eso, en un mundo que a menudo olvida lo esencial, lo convierte en un creador necesario.

Porque en tiempos de prisas y ruido, mirar una ilustración de Quiel Ramos es, de alguna forma, volver a casa.

Quiel Ramos
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